A todas esas madres que se sienten insuficientes...
En la maternidad la culpa ya aparece desde el momento en que sabes que estás embarazada. "¿Estaré descansando suficiente? ¿Estaré haciendo suficiente ejercicio? ¿Me apetece comer X cosa pero igual debería comer más sano?". Cuando el/la peque nace, la culpa aparece por querer llegar a todo y no poder, porque el tiempo sigue siendo el mismo pero las necesidades y prioridades cambian. Hay una criatura que depende de ti, para alimentarse y regularse, así que las necesidades propias pasan a un segundo plano por unos meses, y cuesta salir de ahí, encontrar el equilibrio. Aún consiguiendo separarte te atormentan miles de preguntas, "¿Estará bien? ¿Llorará? ¿Lo sabrá calmar papá? ¿Querrá el biberón? ¿Habrá suficiente leche para darle?". Y, cuando vuelves, intentas resolver algunas de esas preocupaciones para poder quedarte tranquila, pero aún así las siguientes veces sigue habiendo esas y otras preocupaciones… y no desconectas ni cuando estás ni cuando no estás. Porque desde el embarazo tu hijx ya es parte de ti y de tus preocupaciones para siempre.
Derivado de esto, a veces, en la búsqueda de ser la madre perfecta caemos en niveles muy elevados de autoexigencia, y nos perdemos a nosotras mismas.
Os contamos más datos vinculados a la maternidad:
¿Sabías que la glándula pituitaria o hipófisis se agranda durante el embarazo? ¿Y que el cerebro de una madre reacciona de forma similar cuando ve a la persona de la que está enamorada que cuando ve a su bebé?
A finales del siglo XIX, un médico llamado Louis Comte observó un aumento en el tamaño de la hipófisis (glándula responsable de secretar hormonas relacionadas con el crecimiento y la reproducción) en seis mujeres embarazadas. Aproximadamente una década después, otros investigadores, Erdheim y Stumme, vieron que ese aumento se localizaba en unas células específicas de la hipófisis cuya función era la de producir hormonas. Llamaron a estas células «células del embarazo». Otros autores observaron que cuantos más embarazos había experimentado una mujer a lo largo de su vida, mayor tamaño tenía su hipófisis, lo que sugería que se trataba de cambios duraderos y, en cierta manera, acumulables embarazo tras embarazo. A mediados del siglo pasado, Bergland y colaboradores descubrieron que las llamadas «células del embarazo» eran en realidad neuronas encargadas de producir, almacenar y liberar prolactina al torrente sanguíneo. Según estos autores, estas células aumentaban tanto en tamaño como en número. Así, las «células del embarazo» pasaron a llamarse «células de prolactina», también conocidas como «células lactotropas». A finales de los ochenta, un grupo de investigadores utilizó la resonancia magnética para calcular el porcentaje de cambio de esta glándula con forma de guisante. Estimaron que, en la recta final del embarazo, aumenta un 136% y, tras el parto, disminuye progresivamente.
¿Qué se activa en el cerebro de una madre cuando ve a su hijo?
Los pioneros en investigar el tema fueron Loberbaum y colaboradores, en 1999. Estos investigadores utilizaron la resonancia magnética funcional para evaluar la activación cerebral en cuatro madres cuyos hijos tenían entre tres semanas y tres años y medio de edad. Presentaban a las madres sonidos de bebés llorando mientras ellas permanecían tumbadas dentro de la máquina de resonancia magnética. Tras analizar sus cerebros, observaron activación en regiones clave implicadas con el placer y la atención.
Otros autores influyentes en el campo fueron Andreas Bartels y Semil Zeki, con dos estudios sobre las bases neuronales del amor. En el primero, publicado en el año 2000, los autores analizaban qué sucedía en el cerebro de hombres y mujeres cuando veían fotos de su pareja en comparación a cuando veían fotos de personas desconocidas. En el segundo, publicado en 2004, utilizaron un procedimiento similar en el que enseñaban a madres fotos de sus bebés y fotos de bebés desconocidos.
Conjuntamente, los estudios sugerían que tanto el amor romántico como el amor maternal activaban el núcleo accumbens y el área tegmental ventral, lo que se conoce como el Eros (=placer) de nuestra Psique. La activación de estas áreas se interpretó como el sustrato neuronal de la sensación de «enamoramiento» que muchas madres expresan cuando ven a sus hijos. Se hablaba entonces de amor y placer. Hoy en día, con lo que sabemos del circuito maternal y de la experiencia de las madres, creo que es más preciso hablar de deseo, de motivación, de necesidad de estar en contacto con los hijos, de pensar en ellos. Un deseo que, por lo general, se traduce en placer al encuentro.
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